A pesar de la vida literaria, tan ardua y desdeñosa, algunos escritores han alcanzado el “éxito” en su vida. Ejemplo de algunos de ellos son: Shakespeare, Cervantes y Voltaire. Sin duda alguna también Giovanni Bocaccio pudo gozar de la fortuna de ser reconocido por su época. Se dice de él, que su arrastre fue popular y que sigue cosechando lectores todavía hoy en nuestro siglo XXI, claro, Bocaccio es sin cuestionamiento un clásico de las letras universales.
Han pasado seis siglos y poca más desde que apareció “El Decameron” y su fuerza sarcástica se mantiene intacta. ¿Qué placer pueden comunicarnos los 100 cuentos de la obra de Bocaccio? El placer de la ironía: burla fina y disimulada. Las primeras páginas de “El Decameron”, son una descripción de la famosa epidemia de peste que puso cerco a Florencia en el año de 1348. Apenas y tenemos tiempo para tomar un respiro antes de que se inicie nuestro recorrido por las calles y empecemos a caminar con nuestros ojos, a través de la lectura, cuando al encuentro la pila de cadáveres son tratados como mercancías. La narración del escritor italiano es aterradora porque no escatima detalles. De todos modos, hay algo aún peor que la muerte por descomposición; la indigencia moral de los sobrevivientes, cuyo temor al contagio rompe cualquier vestigio de solidaridad, incluso entre padres e hijos. Uno espera que Bocaccio pronuncie un sermón sobre la naturaleza egoísta de los humanos y ¿qué es lo que hace? Toma una pausa y nos presenta a los protagonistas de su libro, siete damas hermosas de buen linaje, y tres jóvenes a los que toman como protectores. Están a punto de abandonar Florencia para refugiarse en una casa solariega junto a la cual se extiende “un prado en el que las hierbas son altas” y termina diciendo: “Allá la danza de la muerte; acá el goce del vivir”. Para deshacerse del aburrimiento deciden contar historias, una por cada uno de los integrantes, diez por jornada. Hemos dejado atrás el horror. Ahora nos abandonamos a una cadencia narrativa que quiere distraernos, volcarnos de risa, regocijarnos con cuentos picantes. Por no decir entregados a la concupiscencia, nunca moralistas, que tratan sobre tres cosas fundamentales: azar, ingenio y amor. Se trata de narraciones arraigadas en la tradición medieval que Bocaccio reformuló magistralmente para adaptarlos a la sensibilidad laica y “burguesa” de sus lectores de aquellos tiempos que, sin temor a la estadística, se contaban por miles. Según se dice de “El Decameron”, que al caer el siglo XIV, no había hogar letrado en la península itálica que no dispusiera de un ejemplar de la obra maestra de Bocaccio.
BIOGRAFÍA MÍNIMA
Giovanni Boccaccio nació en junio o julio de 1313,[1] hijo ilegítimo del mercader Boccaccio (Boccaccino) di Chellino, agente de la poderosa compañía mercantil de los Bardi. Nada se sabe con certeza acerca de la identidad de su madre. Se discute dónde nació Boccaccio: pudo haber nacido en Florencia, en Certaldo o, incluso, según algunas fuentes, en París, lugar al que su padre debía desplazarse a menudo por razón de su trabajo. Se sabe que su infancia transcurrió en Florencia, y que fue acogido y educado por su padre, e incluso continuó viviendo en la casa paterna después de 1319, cuando el mercader contrajo matrimonio con Margherita dei Mardoli. Boccaccio vivió en Florencia hasta 1325 o 1327, cuando fue enviado por su padre a trabajar en la oficina que la compañía de los Bardi tenía en Nápoles. Como Boccaccio mostrara escasa inclinación hacia los negocios, el padre decidió en 1331 encaminarlo hacia el estudio del derecho canónico. Tras un nuevo fracaso, se dedicó por entero a las letras, bajo la tutela de destacados eruditos de la corte napolitana, como Paolo da Perugia y Andalò di Negro. Frecuentó el ambiente refinado de la corte de Roberto de Anjou, de quien su padre era amigo personal. Entre 1330 y 1331 enseñó Derecho en la Universidad de Nápoles el poeta stilnovista Cino da Pistoia, quien tuvo una influencia notable en el joven Boccaccio. La mañana del 30 de marzo de 1331, sábado santo, cuando el autor tenía veintitrés años, conoció a una dama napolitana de la que se enamoró apasionadamente —el encuentro se describe en su obra Filocolo—, a la que inmortalizó con el nombre de Fiammetta («Llamita») y a la que cortejó sin descanso con canciones y sonetos. Es posible que Fiammetta fuese María de Aquino, hija ilegítima del rey y esposa de un gentilhombre de la corte, aunque no se han encontrado documentos que lo confirmen. Fiammetta abrió a Boccaccio las puertas de la corte y, lo que es más importante, lo impulsó en su incipiente carrera literaria. Bajo su influencia escribió Boccaccio sus novelas y poemas juveniles, desde el Filocolo al Filostrato, la Teseida, el Ameto, la Amorosa visión y la Elegía de Madonna Fiammetta. Se sabe que fue Fiammetta la que puso fin a la relación entre los dos, y que la ruptura le causó a Boccaccio un hondo dolor. En diciembre de 1340, después de al menos trece años en Nápoles, tuvo que regresar a Florencia a causa de un grave revés financiero sufrido por su padre. Entre 1346 y 1348 vivió en Rávena, en la corte de Ostasio da Polenta, y en Forlì, como huésped de Francesco Ordelaffi; allí conoció a los poetas Nereo Morandi y Checco di Melletto, con los cuales mantuvo después correspondencia.En 1348 regresó a Florencia, donde fue testigo de la peste que describe en el Decamerón. En 1349 murió su padre, y Boccaccio se estableció definitivamente en Florencia, para ocuparse de lo que quedaba de los bienes de su padre. En la ciudad del Arno llegó a ser un personaje apreciado por su cultura literaria. El Decamerón fue compuesto durante la primera etapa de su estancia en Florencia, entre 1349 y 1351. Su éxito le valió ser designado por sus conciudadanos para el desempeño de varios cargos públicos: embajador ante los señores de Romaña en 1350, camarlengo de la Municipalidad (1351) o embajador de Florencia en la corte papal de Aviñón, en 1354 y en 1365. En 1351 le fue confiado el encargo de desplazarse a Padua, donde vivía Petrarca, a quien había conocido el año anterior, para invitarlo a instalarse en Florencia como profesor. Aunque Petrarca no aceptó la propuesta, entre ambos escritores nació una sincera amistad que se prolongaría hasta la muerte de Petrarca, en 1374. La tranquila vida de estudioso que Boccaccio llevaba en Florencia fue interrumpida bruscamente por la visita del monje sienés Gioacchino Ciani, quien lo exhortó a abandonar la literatura y los argumentos profanos. El monje causó tal impresión en Boccaccio que el autor llegó a pensar en quemar sus obras, de lo que fue afortunadamente disuadido por Petrarca. En 1362 se trasladó a Nápoles, invitado por amigos florentinos, esperando encontrar una ocupación que le permitiese retomar la vida activa y serena que había llevado en el pasado. Sin embargo, la ciudad de Nápoles en la época de Juana I de Anjou era muy diferente de la ciudad próspera, culta y serena que había conocido en su juventud. Boccaccio, decepcionado, la abandonó pronto. Tras una breve estadía en Venecia para saludar a Petrarca, en torno al año 1370 se retiró a su casa de Certaldo, cerca de Florencia, para vivir aislado y poder así dedicarse a la meditación religiosa y al estudio, actividades que sólo interrumpieron algunos breves viajes a Nápoles en 1370 y 1371. En el último período de su vida recibió del ayuntamiento de Florencia el encargo de realizar una lectura pública de La Divina Comedia de Dante, que no pudo concluir a causa de la enfermedad que le causó la muerte el 21 de diciembre de 1375.
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