
-cuando tenía fe todavía, me asombraba pensar cómo los librepensadores del siglo XVIII habían ido lejos al coronar a la Razón como la única diosa venerable; pero, nunca me pude percatar de que estaba yendo más lejos que ellos; yo mismo había transformado la literatura en mi diosa-.
De pronto, sin considerarlo, estaba ya en la otra orilla, no había regreso, había incendiado mi barca (esta noche las súplicas de mi mujer me arrojaron una cuerda, de la cuál ya no pude asirme; por mi neurosis, por mis gritos y por mis insultos, dejé ir mi última oportunidad para siempre).
V
Elegí estúpidamente la literatura y me traicionó. Aposté todo por ella. Todo. Perdí mi fe, mi trabajo y hoy, hasta mi mujer. Ninguna vez me develó un solo verso, una sola estrofa bien escrita. No, no quiso revelarme sus secretos; me privó de la poesía que le brindó a Dante, de la dramaturgia que le concedió a Shakespeare. La prostituta ha fornicado a lo largo de la historia literaria con infinidad de escritores y a mí, en ningún tiempo me descubrió nada, ni un simple estribillo; nunca me dedicó una sola caricia que me hiciera escribir una frase artística. Jamás me dio belleza, sólo tortura con su desdén.
VI
Esta noche me vengaré de ella destrozando su poesía en mis libreros; patearé hasta destruir La Divina Comedia; quemaré hoja por hoja el Quijote…
VII
Cargarás para siempre con esta culpa, maldita.
VIII
Un disidente religioso, un abandonado, y hasta hoy, y nunca más, un escritor fracasado…
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